
Me inspira a escribir éste post un artículo que llegó a mis manos hace algunos años, el cuál sigue estando presente en mi vida hoy.
Se trata de una nota publicada por el Diario La Nación, en la cuál se comenta un nuevo estilo, un nueva tendencia relacionada con la desaceleración de los procesos, de las actividades en general, de algo tan rutinario como puede ser el mero hecho de alimentarnos.
En contraposición con el fast food ésta nueva forma de comportamiento invita a lo que en la nota se hace llamar el slow food, es decir, hacer del acto de comer algo más placentero, delicado, con un mayor involucramiento en el acto mismo, saboreando cada bocado que nos llevamos a la boca, observando como nuestro hambre se va viendo saciado y como va cambiando nuestro cuerpo. Nos sentimos un poco más cansados que antes de empezar a comer: nuestra perfecta máquina está requiriendo de nuestras energías para realizar la digestión.
Qué diferencia no? compárenlo por un segundo con salir de la oficina, pasar por un local de comidas rápidas y devorar el manú que nos hayamos pedido, envueltos en insensantes pensamientos que nada tienen que ver con nuestro aquí y ahora.
Al escribir estas líneas me encuentro en el rosedal, en palermo. Miro a mi alrededor y no dejo de nutrir mi vista y mi alma con tanta belleza innata, con la brisa pegando sobre mi espalda y el canto de los pájaros acompañando mis palabras, percibiendo de fondo el aroma emanado por una bella enredadera de pequeñas flores blancas que empapela las columnas de la pérgola en la que me sitúo.
Es realmente un placer poder disfrutar de éste momento y apreciarlo con una profunda calma y serenidad, de hecho es una muy buena práctica para volver a mi centro, para volver a conectar con mi fuente interior y para como dice el poeta Henry Michaux para que mi alma se reencuentre con mi cuerpo. Me despido con su frase completa que dice así:
"Iba lentamente, lo más lentamente posible para que su alma pudiera eventualmente recuperar a su cuerpo"
Se trata de una nota publicada por el Diario La Nación, en la cuál se comenta un nuevo estilo, un nueva tendencia relacionada con la desaceleración de los procesos, de las actividades en general, de algo tan rutinario como puede ser el mero hecho de alimentarnos.
En contraposición con el fast food ésta nueva forma de comportamiento invita a lo que en la nota se hace llamar el slow food, es decir, hacer del acto de comer algo más placentero, delicado, con un mayor involucramiento en el acto mismo, saboreando cada bocado que nos llevamos a la boca, observando como nuestro hambre se va viendo saciado y como va cambiando nuestro cuerpo. Nos sentimos un poco más cansados que antes de empezar a comer: nuestra perfecta máquina está requiriendo de nuestras energías para realizar la digestión.
Qué diferencia no? compárenlo por un segundo con salir de la oficina, pasar por un local de comidas rápidas y devorar el manú que nos hayamos pedido, envueltos en insensantes pensamientos que nada tienen que ver con nuestro aquí y ahora.
Al escribir estas líneas me encuentro en el rosedal, en palermo. Miro a mi alrededor y no dejo de nutrir mi vista y mi alma con tanta belleza innata, con la brisa pegando sobre mi espalda y el canto de los pájaros acompañando mis palabras, percibiendo de fondo el aroma emanado por una bella enredadera de pequeñas flores blancas que empapela las columnas de la pérgola en la que me sitúo.
Es realmente un placer poder disfrutar de éste momento y apreciarlo con una profunda calma y serenidad, de hecho es una muy buena práctica para volver a mi centro, para volver a conectar con mi fuente interior y para como dice el poeta Henry Michaux para que mi alma se reencuentre con mi cuerpo. Me despido con su frase completa que dice así:
"Iba lentamente, lo más lentamente posible para que su alma pudiera eventualmente recuperar a su cuerpo"